Bartolo Infante
Una traducción al español está disponible a continuación.
We all imagine saying goodbye to our loved ones. In times of tragedy, the moments of final human connection can offer us comfort and closure.
Bartolo Infante’s family never had the opportunity to speak with him one last time, or even to see his lifeless body in person. Bartolo, 72, was a kind man with several loving children. He lived in Texas’s Telford Unit near the Arkansas border. He was hospitalized during the early stages of the pandemic for what was assumed initially to be viral pneumonia. But on April 3, during his hospitalization -- which he endured in isolation -- Bartolo tested positive for COVID-19. On April 7, he became the first incarcerated person in Texas to lose his life to the virus. Since then, the many other COVID-19 deaths at Telford Unit have raised questions about the facility’s safety to its residents and employees.
Even before the pandemic, Bartolo had health-related frustrations with Telford. In December 2016, he was among a group of incarcerated men riding in a prison transport bus when the bus crashed, toppled, and rolled over. About sixteen of the incarcerated men sustained injuries. The prison failed to provide medical treatment for Bartolo’s back injuries, which prompted him to file a lawsuit on his own behalf against the facility in 2017. The lawsuit was still pending at the time of Bartolo’s death, yet another medical shortcoming that remains unresolved.
Bartolo’s children learned about the cause of their father’s death several days after he passed away and not from the prison itself, but rather from a news article on Facebook. Even more difficult for them to process was their inability to attend his burial. Since Bartolo’s family could not afford a funeral, prison officials arranged to bury him in the prison cemetery, but public health restrictions on gatherings meant that no one from his family could attend. His daughter, María Felícitas Infante Zamora, paints a stark picture of her interactions with prison officials in an interview with The Marshall Project: “They said, ‘We’re just going to give you a picture of him and that’s it.’” The picture hardly provided solace; it showed her father’s body at his makeshift funeral near the prison cemetery.
While María’s and her siblings’ inability to see their father one last time was grounded in important public health concerns, we cannot let Bartolo’s death make his life invisible. Even though no words can replace his family’s togetherness, we hope to honor his humanity by remembering him, advocating for him, and uniting around him.
This memorial was written by MOL team member Eliza Kravitz with information from reporting by Maurice Chammah and Nicole Lewis of The Marshall Project, Lynn LaRowe of Texarkana Gazette, and CBS Dallas-Ft. Worth.
Todos nosotros imaginamos decir adiós a nuestros seres queridos. En tiempos de tragedia, los momentos de conexión humana final pueden ofrecernos consuelo y cierre.
La familia de Bartolo Infante nunca tuvo la oportunidad de hablar con él por última vez, ni siquiera de ver su cuerpo sin vida en persona. Bartolo, de 72 años, era un hombre amable con varios hijos amorosos. Vivía en la Unidad Telford de Texas, cerca de la frontera con Arkansas. Fue hospitalizado durante las primeras etapas de la pandemia por lo que inicialmente se suponía que era neumonía viral. Pero el 3 de abril, durante su hospitalización, que sufrió de forma aislada, Bartolo dio positivo por COVID-19.
El 7 de abril, se convirtió en la primera persona encarcelada en Texas en perder su vida por el virus. Desde entonces, las muchas otras muertes de COVID-19 en la Unidad Telford han planteado preguntas sobre la seguridad de la instalación a sus residentes y empleados.
Incluso antes de la pandemia, Bartolo tenía frustraciones relacionadas con cuestiones de salud con Telford. En diciembre de 2016, se encontraba entre un grupo de hombres encarcelados que viajaban en un autobús de transporte de la prisión cuando el autobús se estrelló, se volcó y dio vueltas. Alrededor de dieciséis de los hombres encarcelados sufrieron heridas. La prisión no proporcionó tratamiento médico para las lesiones de espalda de Bartolo, lo que lo llevó a presentar una demanda en su propio nombre contra la instalación en 2017. La demanda aún estaba pendiente en el momento de la muerte de Bartolo, otra deficiencia médica que aún no se ha resuelto.
Los hijos de Bartolo se enteraron de la causa de la muerte de su padre varios días después de su fallecimiento y no de la prisión en sí, sino de un artículo de noticias en Facebook. Aún más difícil para ellos de procesar era su incapacidad para asistir a su entierro. Como la familia de Bartolo no podía pagar un funeral, los funcionarios de la prisión acordaron enterrarlo en el cementerio de la prisión, pero las restricciones de salud pública en las reuniones significaron que nadie de su familia podía asistir. Su hija, María Felícitas Infante Zamora, pinta una imagen cruda de sus interacciones con los funcionarios de la prisión: “Dijeron, ‘Solo vamos a darte una foto de él y eso es todo.’” La imagen apenas proporcionó consuelo; mostró el cuerpo de su padre en su improvisado funeral cerca del cementerio de la prisión.
Si bien la incapacidad de María y sus hermanos para ver a su padre por última vez se basó en preocupaciones importantes de salud pública, no podemos permitir que la muerte de Bartolo haga invisible su vida. A pesar de que ninguna palabra puede reemplazar la unión de su familia, esperamos honrar su humanidad al recordarlo, abogar por él y unirnos a su alrededor.
Este memorial fue escrito por el miembro del equipo Llorando Nuestras Perdidas Eliza Kravitz con información de los informes de Maurice Chammah y Nicole Lewis de The Marshall Project, Lynn LaRowe de Texarkana Gazette y CBS Dallas-Ft. Valor. Translated by Claire Chang/Traducida por Claire Chang.